el corsé
No recuerda cuando ni quién le puso ese corsé que tenía que moldear su cuerpecito de princesa. Su opresión era muy sutil, casi imperceptible, pero con el paso de los años dejó que su abdomen se desarrollara a gusto del artilugio.
Hoy se ha despertado contenta, sintiéndose muy libre y muy tranquila.
A los pies de su cama yacía el corsé ya enegrecido.
Se ha frotado los ojos, se ha desperezado y, de un salto, ha abandonando el calor del edredón. En ese momento un escalofrío ha recorrido su barriga.
Al ver la rosa roja en la mesa del desayuno se le ha escapado una sonrisa.
Ya no necesitaba el corsé para ser la mejor de las princesas.
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