26.8.07

ansiedad

De un tiempo para acá no dejo de encontrarme con amigos, entre los que me incluyo, que sufren de ansiedad: falta de oxígeno, angustia nocturna, insomino, taquicardias, etc.

Y todos andamos como perdidos sin saber muy bien a qué se debe. Y corremos como locos en busca de soluciones que nada tengan que ver con las pastillas que te ofrecen en los ambulatorios y consultas de la Seguridad Social (nuestra generación ansiosa sabe lo suficiente de drogas como para ver que esa no es la mejor manera... aunque sí la más rápida).

Y de esta manera, todos hemos acabando practicando yoga, pilates, tai-chi, musicoterápia y gastándonos la pasta en fisioterapeutas, reikis y demás historias que, como mínimo, el rato que las realizamos nos permiten tener la cabeza en blanco.

Pues hoy, leyendo una entrevista a Paul Salkovski, experto en hipocondrías y en ansiedad, en La Contra de La Vanguardia, creo haber encontrado el causante de todos nuestros males. - ¿Por qué sufrimos tanta ansiedad?, preguntaba el periodista. - Porque hoy tenemos mucho que perder, contestó el experto.

Aunque siempre han existido los miedos y las inseguridades, creo que a lo que se refiere Salkovski es que aunque antes conseguir un trabajo, estabilidad económica, vivienda o pareja costaba un enorme esfuerzo, una vez se tenía era tuyo, para siempre.

Hoy, lo puedes ganar y perder todo en el mismo día. Y volverlo a ganar. Y volverlo a perder. Y eso, crea ansiedad, que queréis que os diga.

¿Soluciones?

22.8.07

Una piedra en el camino


Ella quería llegar a las luces de colores, los fuegos artificiales y escuchar de cerca la melodía alegre que oía a lo lejos, muy lejos. Y fue por ello que empezó a caminar en esa dirección.

Al principio el camino era precioso, tranquilo, llano y fácil. Tanto, que de vez en cuando se permitía pararse a observar. E incluso en algunos momentos lo abandonaba para adentrarse en el bosque frondoso que lo rodeaba y disfrutar de sus frutos. Veía su meta cerca y tampoco tenía una prisa excesiva por llegar.

Pero un buen día, en el camino comenzaron a aparecer las piedras. Sí, desde hacía algunos años y sin saber muy bien por qué, en medio de su camino, tarde o temprano, siempre encontraba una piedra. Recordaba que al principio las piedras eran diminutas y no suponían gran molestia. Como mucho, de vez en cuando alguna se metía en su zapato y le fastidiaba un poco el trayecto, pero cuando por fin tomaba conciencia de que si paraba un momento y se quitaba la piedra andaría más cómoda, el camino volvía a ser sencillo.

Aún así, ella ya empezaba a estar un poco harta de tanta piedrecilla y de tener que ir parando cada dos por tres para quitárselas. Y por ello empezó a reducir las paradas y a apresurarse para llegar a las luces, los fuegos y la música. Sólo se paraba cuando hacía demasiado rato que llevaba una piedra en el zapato y ya no podía casi andar.
Y a medida que avanzaba en el camino las piedrecillas que se encontraba cada vez eran más grandes, hasta que llego el día en que las piedras se convirtieron en rocas enormes, pesadas y robustas. Unas rocas que no dejaba pasar, ni siquiera ver el resto del sendero. Era imposible esquivarlas y para apartarlas se necesitaba mucha fuerza y mucho empeño.
Pero a ella de eso nunca le había faltado. No le importaba arañarse, rasgarse las manos o romperse algún hueso. Le costara más o menos siempre conseguía apartar la roca del camino y ver qué había al otro lado. La imagen nunca la defraudaba. El sendero seguía igual de precioso y al final se seguían vislumbrando las luces de colores, los fuegos artificiales y la alegre melodía.

Pero al poco de reanudar su camino hacía esa luz, esos fuegos y esa música que la tenían maravillada, como de la nada, aparecía una nueva roca, parecidísima a la anterior. A ella todavía no le había dado tiempo de recuperarse, los esfuerzos por mover la anterior piedra la había dejado extenuada, pero sus ansias de llegar al final del camino lo antes posible no le habían permitido pararse a descansar para reponer fuerzas y curar sus heridas que todavía estaban en carne viva...

De esta manera, la nueva roca le parecía mucho más grande y pesada que la anterior, un reto imposible de afrontar. Pero su terquedad y sus ansias de llegar al final le hacían tomar fuerzas de donde fuera para apartar esa nueva piedra y seguir andando.

Así iban pasando los meses, los años. Y el camino seguía. Y las rocas seguían apareciendo, y ella, cada vez con más dificultades, las seguía apartando. Y a lo lejos, siempre, tras apartar la roca, se veían los fuegos, las luces. Y la música, esa música que aunque parecía que la distancia hacía ella se iba acortando, siempre sonaba con la misma intensidad: flojita, lejana.

Un día, como no, al girar una curva una nueva roca apareció en el camino. Pero ella ahora se encontraba mayor, cansada y el hecho de no haber parado nunca a descansar la estaba dejado sin fuerzas. Además, por no haber sanado bien sus heridas tenía dolores que se habían convertido en crónicos…

Aún así, se armó de valor una vez más y comenzó a empujar y a empujar para apartar el obstáculo de su camino. Pero por más fuerza que hiciera, esta vez no conseguía moverla ni un milímetro. Estaba agotada. Entonces pensó que quizás había llegado el momento de descansar y sanar sus heridas tranquilamente. Tampoco le quedaban muchas más opciones.
Se recostó sobre la propia piedra y se quedó dormida.

El fuerte golpe que dio su cabeza contra el suelo la despertó, no sabía cuánto tiempo había pasado, pero la roca había desparecido (probablemente por eso se cayó al suelo) y en su lugar había una piedrecilla ridícula. Miro al horizonte y lo vio más cerca que nunca, estaba a un paso. Las luces eran intensas, se podían oír las explosiones de los fuegos artificiales y ahora la música alegre y pegadiza se escuchaba con intensidad y nítidamente.

Había llegado. Y le dio la sensación que en realidad siempre había estado allí.

14.8.07

el camino

"La verdadera profesión del hombre es encontrar el camino hacia sí mismo"
Hermann Hesse

10.8.07

tú pitas, yo chillo

Hoy, leyendo en el blog de una colega un post acerca del comportamiento al volante de muchos de los conductores de coches de lujo, he recordado una historia que me sucedió el otro día.

Iba paseando, tranquilamente, con un amigo por la calle y, de repente, en la calzada, el coche que teníamos justo al lado comenzó a pitar porque el vehículo que iba delante suyo se había parado (estaba dejando aparcar a un tercero).

Entonces veo que mi colega se queda mirando fijamente al conductor que estaba pitando y, de golpe y porrrazo, le comienza a chillar a la oreja (tenía la ventanilla bajada). Pero a chillar de chillar, de chillar como un loco. Y no paró de chillarle mientras sus pulmones se lo permitieron. Lugo sonrió al conductor (que naturalmente había dejado de tocar el claxon de golpe) y siguió andando a mí lado como si nada. -¿Qué me decías?-, me preguntó.

Mi amigo ha decidido que él, como peatón, también tiene derecho a quejarse en la calle por el comportamiento del resto de vehículos.

8.8.07

¿llegaré?

El pasado viernes intenté ir a Tarragona a ver a unas colegas. Teníamos mesas reservada a las nueve, para cenar. Luego queríamos a ir a tomar unas copas y bailar. Espero que se lo pasaran bien, porque a mí me fue imposible llegar a tiempo.

Mi tren salía a las siete de la Estació de França (Barcelona). Y a esa hora (minutos arriba, minutos abajo) subía al vagón. Dos horas después todavía no habíamos arrancado y la única que información que tenía acerca de qué estaba pasando era la que mi amiga me proporcionaba desde su casa de Tarragona, y a la de un chico simpático que también había llamado a un amigo.

Visto que nadie iba a decirme nada decidí canjear mi billete (todo facilidades) e irme para casa.



Hoy volveré a intentarlo. ¡Desadme suerte! En 45 minutos sale mi tren para la ciudad de las murallas.

3.8.07

No es empatía, es otra cosa

Lo veo a lo lejos, levanto las dos mano y lo saludo con gestos. Nos vamos acercando por el paseo y cuando está suficientemente cerca para oirme le digo -¡hola Mat!, ¡cuánto tiempo sin vernos!
- Sí, ¡mucho tiempo! ¿cómo te va todo?, me contesta él muy animoso.
- Bien, bien. Ahora mismo vengo de la plaza pero, como siempre, sin tiempo para pasaros a saludar. A Marisa también hace tiempo que no la veo. ¿Cómo está?
- Bien, supongo. Yo también hace tiempo que no la veo.

Noto como mi rostro palidece de golpe y veo que he metido la pata. No hace falta que me diga más...

- ¡Ostra!He metido la pata, me sabe mal...
- Nada mujer, pero mejor cambiemos de tema.

Hablamos del tiempo, de lo que se ha llenado el barrio de turistas,quizás más que otros años. De lo bien que me queda mi nuevo color de pelo y de lo chulo que es su nuevo tatuaje.

- Bueno Mat, me ha alegrado verte. Cuídate mucho. Y sé feliz.
- Sí, así es la vida. De golpe te caen tres tortazos y no sabemos muy bien de dónde viene. Pero luego te levantas y tienes que continuar, no hay más.Cuídate tú también.

Me voy, paseo a bajo, y descubro que su ruptura me ha dolido a mí también.
Hacían tan buena pareja, y ahora se acabó todo. Entonces descubro que los ojos se me están humedeciendo, pero en realidad tampoco les conocía tanto...
Lo que siento no es empatía, es otra cosa.

Historias en el metro (I)

Los que me conocéis sabréis que para mí coger el metro es una auténtica aventura... Aunque vivo en el centro de una gran ciudad, mi día a día es como vivir en un pueblecito. Estoy acostumbrada a ir a todas partes andando o en bicicleta. Y si con estos medios no llego, prefiero no ir.

Pero resulta que ahora, por circunsatancia de la vida, algunos día me despierto 11 paradas más lejos de mi pueblecito. Éste ha sido el caso de hoy.

7.20 de la mañana, último día de trabajo antes de coger las vacaciones (¡qué ganas!). Sin saber muy bien cómo, porque mi cerebro (más listo que yo) ha decidido quedarse un ratito más en la cama en buena compañía, entro en un agujero que hay en la pared en el que arriba, en grande, pone "Trinitat Nova".

Bajo unas escaleras mecánicas y llego al andén, un lugar extraño lleno de gente que espera. Éste es un "andén compartido" (que vendría a ser como un piso compartido pero de trenes). Conviven en él dos líneas distintas: la amarilla, que es la que yo cogeré; y una de color verde chillón, llamada Línea 11 que viene del más allá. Me siento a esperar el metro a mí lado del andén, junto a una señora que, sin decir nada, por la expresión de su rostro parece no haber olvidado su cerebro al salir de casa.

Mientras estoy ahí (todo lo que puedo hacer es estar), aparece por el túnel contrario, ruidoso, el tren de la Línea 11. Viene de un mundo que no conozco. Pero de él comienzan a salir personas y más personas, muchísimas personas... ¿cómo serán sus casas?, ¿en qué trabajarán?... sigo esperando.

Dos mujeres que bajan del tren recién llegado se dirigen apresuradas hacia mí, mirando el reloj. ¡Resulta que conocen a la señora que está sentada a mi lado! Creo que son "compañeras de andén" desde hace tiempo. Yo, que lo de compartir espacio lo llevo fatal, presiento que también acabaré siendo "compañera de andén" de ellas.

Llegan muy aceleradas (estoy segura de que llevan su cerebro consigo), y de manera atropellada le cuentan a su compañera que ¡hay qué ver!, que llegan tarde porque se han pasado más de media hora paradas en "Can Cuiàs" porque una chica se ha tirado al metro.

- "Pues ya son ganas de tirarse a estas horas de la mañana", les responde.

Llega nuestro metro y todas, menos la que se ha tirado, entramos. Sólo 11 paradas y regresaré a mi pueblecito.

Mi cerebro ha venido corriendo antes de que se cerraran las puertas: "Pues sí que tiene tela tirarse a esas horas", me dice.