Tenerife
Tenerife es una isla de contrastes.
Tiene un Norte húmedo y espeso, con una vegetación increíble, con caminos reales y caminos sin salida. Un Norte que te sorprende a cada paso, con vino de la tierra y personas generosas. En el Norte el paisaje te emociona y la niebla te acojona. 
Entre uno y otro se eleva, majestuoso, el Teide. A más de 3.000 metros de altura, es el pico más alto de España y el de cualquier isla atlántica y es el tercer mayor volcán de La Tierra desde su base. Pero para llegar a él y disfrutar de sus increíbles vistas casi que tienes que arriesgar tu vida, tomando una guagua repleta de alemanes sudorosos que circula durante más de una hora por una carretera con millones de curvas y en la que no se ve a más de un palmo de distancia. Y justo cuando ya crees que has llegado a lo más alto, todavía queda el viaje en teleférico, un artefacto igual de claustrofóbico que de increíble que, ahora, sí, te eleva hasta la cima. Tras cinco minutos mirando a las nubes por encima del hombro, el frío aterrador te recuerda que el cielo no se puede tocar, aunque sí saborear. 
En toda la isla no he encontrado a ningún autóctono que no fuera amable y pausado. Para ellos, el noventa por ciento de las veces soy mi niña, pero el otro diez por ciento me convierto en la mujer invisible. 

